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Mi primera petición: el Arte de pedir a 20.000km de casa

students-1526056-640x480 Soy captadora de fondos, de raza y convicción. Soy experta en el arte de pedir desde el día que, con 16 años, vendí chocolatinas entre amigos y vecinos para financiar las obras de mejoras en el campus de mi instituto en Estados Unidos. Pedí porque sabía que el beneficio era colectivo y sobre todo entendí que todos marcamos la diferencia con nuestros gestos de apoyo individuales y dotamos así de mayor significado y posibilidad a las comunidades a las que servimos. Imaginaros, por un momento, un mundo lleno de pequeños gestos individuales que multiplican su impacto en beneficio de una comunidad. Hoy soy captadora de fondos y me estrené en esta profesión con 16 años.

Quiero darte la bienvenida a mi blog, dándote las gracias por acompañarme en este nuevo espacio sobre el Arte de Pedir, un arte que me apasiona y que quiero compartir contigo explicándote mi primera experiencia en el arte de pedir. Se trata de una historia personal que me evidenció, con 16 años, que las oportunidades para acceder a la educación no son iguales para todos, y que es de bien nacido ser agradecido por el hecho de formar parte de una familia que apuesta por tu crecimiento.

Estos son mis aprendizajes con 16 años recién cumplidos. Sitúate en el 31 de agosto de 1989…

Tomé mi primer avión tras decidir mis padres que estudiaría 3º de BUP en Estados Unidos, en Sacramento, la Capital de California. Destino al paraíso americano, tomé el avión, vestida de estreno, con zapatos y chaqueta nueva. Era el día de mi 16 cumpleaños. El día más largo de toda mi vida. Crucé el océano y tomé 4 aviones, viviendo cada despegue y aterrizaje con hormigueo en el estómago. Finalmente llegué a destino y lo primero que me dijo mi familia de acogida (una madre soltera con su hija) fue “No podemos acogerte. No tenemos recursos”. Me quedé muda, vacía y pérdida.

Me enfrenté a momentos difíciles, sola en un país extraño, a miles de kilómetros de mi familia y amigos, sin Internet, ni Google, y chapurreando con cierto desparpajo un idioma extraño. Los primeros 3 meses en américa me permitieron conocer las diferencias y las barreras para acceder a la educación. Muchos de mis compañeros, la mayoría recién llegados a América como yo, estaban aún en shock cuando los conocí. Habían dejado atrás a sus seres queridos, sin poder elegir y empujados por sus familias para lograr una vida mejor. Muchos de ellos compaginaban trabajos en durísimas condiciones con las clases en el instituto para apoyar a sus familias a salir adelante.

En mi instituto –ubicado en uno de los barrios más marginales de Sacramento- había detector de metales, control policial 24 horas, una guardería con hijos de alumnas y redes metálicas en las paredes del patio para evitar huidas en las redadas entre los alumnos de diferentes razas. Las primeras dos semanas las pasé en el centro de acogida de inmigrantes. Al no hablar bien el idioma, me consideraron inmigrante. Era un centro en el que los recién llegados –sobre todo los latinos- recibían un primer baño de cultura, modales y sobre todo aprendíamos el idioma. Me sentí como una más de la pandilla.

Las historias personales de mis compañeros me conmovieron. Todos habían llegado a la tan deseada américa en condiciones durísimas, dejando atrás a seres queridos y sobre todo arriesgando sus vidas por lograr su sueño por una vida con oportunidades. Muchos habían cruzado la frontera a pie. Otros, escondidos en el tráiler de un camión. Sentí vergüenza, miedo a ser rechazada por mis primeros amigos y sentí, al mismo tiempo, un enorme agradecimiento. Yo había llegado a américa con billete de avión de clase turista y pasaporte, gracias a una apuesta decidida de mis padres. Recuerdo que mis compañeros faltaban mucho a clase. Quise saber el porqué. Las respuestas fueron un baño de realidad para mí. Las ausencias eran porque tenían que cuidar a sus hermanos durante la ausencia de sus padres, o bien porque tenían que trabajar para pagar la luz, o tener un plato caliente cada día, o simplemente porque estaban rotos emocionalmente y desorientados ante una nueva cultura extraña para ellos.

Tras las dos semanas en el centro de inmigración, le susurré con vergüenza al oído a un profesor que mi entrada al país había sido de forma regular, sin riesgos ni peligros, y con billete turista pagado por mis padres. Fue uno de los momentos más complicados para mí. Fue mi primera petición. Al día siguiente salí del centro de inmigración y me incorporé a las clases regulares.

La situación económica de mi familia de acogida era desesperada. Mi madre americana tenía un trabajo precario y recibía ayuda de los servicios sociales para cuidar de su hija. Ella me dio todo, sin apenas tener nada, y me hizo sentir el calor de su casa, un hogar roto y sin luces optimistas sobre el futuro. Supe que tomaba clases de español, subvencionadas por el gobierno, en la Universidad de Sacramento. Decidimos ir a hablar con Gerardo, su profesor de español. Sólo recuerdo pedirle desde el corazón: “Gerardo, acógeme en tu casa”. Cinco minutos después de la petición, las maletas ya estaban listas en el maletero de su coche.

A mis 16 años, una pregunta me venía a la cabeza: ¿Por qué yo? En ese momento palabras como gracias y agradecimiento me invadían el cuerpo y la mente. No sigo en contacto con ninguno de los compañeros del centro de inmigración. Los destinos nos separaron. Conocerles fue mi gran despertar. Tomé consciencia de las barreras que impiden tener acceso a una educación de primera calidad. Tomé consciencia de las diferencias entre seres iguales y como el hecho de nacer en un lugar u otro marca la diferencia. Tomé consciencia de lo afortunada que soy, por contar con una familia que apostó por mi formación y crecimiento como persona. Esta consciencia motivó mi pasión por saber pedir, y mi pasión por ejercer como captadora de fondos, por pura convicción. Con 16 años recaudé fondos vendiendo chocolatinas a mis compañeros y familias vecinas del instituto en el que estudiaba en américa para financiar reformas en el campus.

Mi relación con el arte de pedir no termina aquí. Empezó a los 16 años y cada día sigo escribiendo nuevos capítulos sobre el arte de dar, pedir y recibir. Gracias por apostar por la generosidad, por dar sin esperar nada a cambio.

La generosidad es una elección de vida. En el pedir está el dar, y el que da siempre recibe.

Espero que disfrutes de este blog que recoge una selección de artículos que me parecen interesantes para ti.

Te animo a que compartas tus opiniones sobre lo que publico y a suscribirte al blog.

Muchas gracias y bienvenido/a silviabueso.com | silviabueso@hotmail.com

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Silvia Bueso

Soy conferenciante, formadora y coach, experta en ‘El arte de pedir’. Te enseño a pedir y conseguir tus objetivos, sin tener que pedir. Despierto la magia de pedirólogos en potencia con mis artículos, talleres y conferencias.

Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Historia personal viva y vívida! Sensibilidad a raudales! Felicidades,Silvia. La “Audacia de la Esperanza” , slogan de Obama en su Campaña a a las Presidenciales. El “arte de pedir”! Vivo reflejo de tu experiencia! Gracias por compartirla. Un abrazo, Jorge

    1. blog-bueso

      Gracias a ti, Jorge. Mis primeras peticiones han marcado mi vida y por eso me encanta enseñar el arte de pedir para ayudar a que consigamos nuestros propósitos y sueños.

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